
Asumió hace poco más de un año el tambo familiar junto a su pareja, en un proceso de sucesión cargado de incertidumbres, aprendizaje y mucha inversión y gestión.
A sus 30 y pocos años, Irene Cruz combina su formación veterinaria con la gestión del tambo familiar, un predio con larga tradición en la zona de Colonia 33 Orientales que enfrentaba el desgaste natural de muchos años sin grandes inversiones. Acompañada por Leandro (su pareja) y apoyada por el grupo CREA, la SPLF, y otras instituciones, la joven tambera tomó la posta en 2023 y comenzó un proceso de reordenamiento productivo y financiero que incluyó mejorar instalaciones, resolver la sucesión con su padre y planificar inversiones pensadas para sostener el sistema a largo plazo. A continuación, la entrevista que mantuvo con La Lechera.
¿Cómo surgió la decisión de hacerte cargo del establecimiento?
Nunca estuvo del todo planificado. Siempre estuvo ese “misterio” entre mi padre y mi tía sobre quién iba a agarrar el tambo, y yo nunca había trabajado en el tambo como tal. Leandro (su pareja) sí venía del campo, y creo que eso nos entusiasmó. Si hubiera estado sola, capaz que no lo hacía, pero al estar los dos decidimos meterle para adelante. Fue más por ese lado que por una planificación formal.
El proceso de transición generacional suele ser complejo. ¿Cómo lo encararon ustedes desde lo financiero y lo operativo?
Nos ayudó muchísimo el grupo CREA San Gabriel. Mi padre toda la vida participó y nosotros decidimos seguir. Cuando tocaban las visitas, siempre aparecía el tema de la transición. En una de esas visitas se planteó la situación: se tasaron mejoras, se analizó el ganado y se evaluó qué posibilidades reales teníamos. Con lo que vale todo hoy, pagar la totalidad era inviable. Pensamos primero en Tambo Joven, pero justo se dio el cambio del FFIEL (Proleco) al Banco República y la tasa bajó mucho. Ahí vimos la oportunidad. Con apoyo del ingeniero del grupo y del zonal de Conaprole armamos el proyecto. Usamos parte del FFIEL para dejar al día la matrícula y desde ahí arrancamos de cero, ordenados. Después acordamos una planificación para pagarle a mi padre en cuotas mensuales, algo manejable para nosotros.
En la recorrida vimos que ya están encarando obras de infraestructura. ¿Cómo priorizaron esas inversiones?
No fue fácil. La empresa venía de varios años sin invertir, entonces había muchas cosas para hacer y había que ordenar prioridades. Siempre lo trabajamos con la ingeniera y consultando al grupo. Una de las primeras cosas fue la guachera, porque teníamos alta mortalidad. Hicimos techos y reparos y mejoró muchísimo.
Después queríamos hacer Silo Pack, pero no lográbamos reservas de buena calidad con los silos de sorgo. Ahí decidimos pasarnos al silo de maíz, con el apoyo del grupo CREA y del grupo Conaprole. Eso implicaba mejorar también la infraestructura y el agua. Ahora estamos afinando detalles y mantenimiento.
Tienen un rodeo numeroso y una sala chica. ¿Está en los planes ampliarla?
Sí, sin duda. Queríamos hacerlo antes, pero entre todo lo que había que priorizar no llegamos. Con la cantidad de vacas (160) y la leche que logramos este año, el ordeñe se hace largo. Si no sale ahora, saldrá pronto, porque es necesario.
¿Cómo manejan la genética del rodeo y la recría de machos?
La línea la empezó mi padre hace años, buscando mejorar sólidos. No tenemos tanto Jersey, sino más Kiwi. El Jersey es más delicado y, por los problemas de guachera que tuvimos, preferimos no ir tanto por ese lado.
Sobre los machos, hicimos de todo. Llegamos a tenerlos muy chicos solo para consumo, porque antes no había demanda. Ahora, con la cola de parición de raza carnicera, vamos a recriarlos hasta 180–200 kg en el campo de apoyo. El macho Holando, cuando se puede vender, se vende, aunque es un negocio complicado; hay que hacer muy bien los números.
¿La carga la van a mantener o evalúan cambiar el sistema?
La carga la vamos a mantener. El área para pastoreo es limitada; se puede conseguir algo por fuera, pero solo para reserva. Para subir la carga tendríamos que pasar a un sistema menos pastoril y por ahora no lo hemos pensado. Como dice Sebastián, el zonal de Conparole: “A ustedes les quedan por lo menos 30 años de tamberos”, así que hay que ir despacio.
Como generación joven, ¿cómo ves hoy el negocio lechero?
Entramos en un momento bueno. Pasamos la seca y el año de mucha lluvia, pero nos fuimos ordenando y eso ayudó. Estamos aprendiendo del negocio, son pocos años, pero sentimos mucho apoyo desde todos lados: Conaprole, técnicos, la Sociedad de Productores de Leche de Florida. Ser veterinaria ayuda, pero no es lo mismo que ser productora. Igual estamos entusiasmados. Espero que no haya baja de precio, porque este año fue espectacular en todo sentido.
Para quienes dudan de entrar a la lechería, ¿qué les dirías?
Que es un negocio que da, pero hay que ser prolijo y eficiente. La formación de los jóvenes ayuda mucho, ya sea en escuela agraria, facultad o cursos. Si uno está arriba de los procesos y tiene apoyo técnico, funciona. Tiene sus bemoles, pero para mí es de las actividades que mejor retorno te dan dentro del agro.
